miércoles, 7 de diciembre de 2011

Experiencias artísticas.

Uno de los dilemas con los que suelo enfrentarme frecuentemente está relacionado con mis recomendaciones sobre determinadas exposiciones o eventos culturales, sobre todo cuando las hago en mi familia o en mi círculo de amigos: inevitablemente surge el comentario y aún más, la petición expresa, de que sea precisamente yo quien ejerza como cicerone ante una inminente visita a dicho ámbito expositivo. Y es que, en esos casos se dan dos antagónicas circunstancias: de una parte, las expectativas de mis interlocutores acerca de mi supuesta pericia en temas relacionados con el arte y lo que ellos consideran puedo aportar a su supuesto también desconocimiento en la materia (Estaríamos, en este caso, ante una manera de entender el hecho artístico como una experiencia social que tendría algo de snob, algo de lúdico, algo de educativo, algo de colectivo…). Por otro lado, mi personal convicción de que la visita a un museo tiene mucho de recorrido espiritual no tanto por los pasillos del edificio como por las vivencias personales acumuladas desde la experiencia en la mente y en el alma. O lo que es lo mismo, una manera de entender el arte como una relación más bien individual con la obra o con uno mismo, en la que el silencio interior y exterior es clave y en la que el propio carácter del recinto museístico (es casi una catedral, un mausoleo, un cementerio objetual) así lo demanda.
Tal vez esta forma de apreciar la obra de arte tiene que ver con una reminiscencia de la identidad del artista con un sagrado hacedor, un druida capaz de generar de la nada algo bello y conmovedor. Con la consideración necesaria de lo creado como algo único, que merece un lugar de exposición concreto y específico en el que, también sin duda, todo cobra un significado distinto y también específico: qué distinta es la misma obra en el taller, conviviendo con otras en diferentes estados de creación, o en la pared o la peana de la galería de arte. Incluso qué diferente resulta su contemplación en ese mismo lugar o inmersa en la vorágine de la ciudad, ya sea en una calle (como las vacas de la caw parade) o en una plaza o rincón especialmente acondicionado para ella (y donde muchas veces ha de transformar su tamaño para adaptarse a la escala del ámbito que la rodea). No tengo muy clara la pertinencia o no de esa visión, sin duda, poco acorde con lo que la modernización del arte propuso allá a finales del siglo XIX. Es, seguramente, una manera bastante antisocial de presentar el fenómeno artístico, pero a lo peor la excesiva sociabilización del género humano no nos ha conducido necesariamente a la convivencia, a la puesta en común de nuestro ser humano, sino más bien al aislamiento casi autista de quienes simplemente se toleran porque no tienen más remedio que hacerlo.
Bien, no sé muy bien a dónde quiero llegar. Bueno, sí, lo sé: me gustaría que este periodo vacacional fuera para vosotras/os una buena ocasión para dar un paseo por vuestra ciudad, ver algún que otro museo, algunas exposiciones (puede ser de "belenes", no hay inconveniente)...y me gustaría que, en el comentario del blog, me contárais vuestras impresiones, sobre este texto que acabáis de leer, y sobre la exposición visitada.Es decir:

TAREAS

1. Lo artístico...¿experiencia individual o colectiva?
2. ¿Qué exposición has visto recientemente? Me lo cuente, por favor.

Os adjunto, además, un enlace con la obra de un pintor del siglo XX, uno de los más cotizados, y que tiene algo que ver con el trabajo de vuestras "tintas chinas" (es MUY IMPORTANTE QUE ESCUCHÉIS LO QUE DICE)...Y con un vídeo que, sobre el mismo trabajo, realizó hace unos años una compañera vuestra...también podéis decirme algo de ellos. Como siempre, ya sé que nunca los veis, están A VUESTRA DERECHA, en sendas imágenes que se corresponden con un frasco de tinta china (vídeo compañera) y de una de las obras de Pollock (vídeo de él mismo).